Una obra de Yoko Ono apareció hace un par de días en Facebook. Sí, les quiero hablar de Yoko Ono. La mayoría de las personas conoce a la artista japonesa por cualquier cosa, menos su obra artística. Para mí fue por muchos años la mujer que separó a los Beatles. Para otros será siempre la esposa de John Lennon y para otros «aquella vieja rara» que gritó un par de minutos seguidos en el MOMA. Pero tratemos de distanciarnos de la reputación de Yoko en aras de hablar de su obra y de las intenciones que pueden haber detrás de ella.
A la obra a la que me he venido refiriendo es una pieza interactiva, un tablero de ajedrez completamente blanco llamado Play it by Trust (Jugalo con confianza). ¿Se pueden imaginar un juego con ese tablero? Si tienen una muy buena memoria, quizá puedan recordar cuáles piezas son suyas y cuales son las del otro. Pero para nosotros, simples mortales, que no nos acordamos ni siquiera de qué almorzamos ayer, va a ser difícil no mover una pieza que no era nuestra. La metáfora que la obra trata de formular es bastante sencilla si sabemos que Yoko ha sido una activista anti-guerra desde que la obra se exhibió por primera vez en la Galería Indica en 1966.
Pero quizá hay más a esta obra que una simple reacción a la Guerra de Vietnam. Sí, la obra es una clara metáfora de la futilidad de la guerra eliminando la oposición basada en colores. Puede significar que la obra parte de un principio de igualdad y que la guerra se vuelve absurda cuando reconocemos que al final del día todos somos igualmente (in)significantes. Sin embargo, la interacción con la obra por parte de los que atiendan a la exhibición puede ser más interesante que la metáfora inicial de la obra anti-guerra.
En el ajedrez siempre inicia el juego el que elige la pieza blanca. ¿Quién iniciaría, entonces, la partida en un tablero que tiene sólo piezas blancas? ¿Cómo se decidiría quien inicia? Seguramente, acordarían tirar una moneda y dejarlo al azar, sería «lo más justo». Pero este punto de partida es el motor de un juego de empatía. Normalmente cuando uno juega al ajedrez prefiere iniciar y jugar con las blancas. La ventaja no daña para derrotar al oponente. Cuando se elimina la oposición por colores, los jugadores tienen que preguntarse «¿quién empieza?». Claro, al iniciar la partida ambos jugadores buscarían hacer el jaque mate y ganarle al otro, ya sea con piezas bicolor o monocromáticas. Pero en ese momento de partida, al preguntarse quién de los dos va a comenzar, sin asumir que uno de los dos va a empezar por las reglas del juego, engendra una partida llena de empatía y de atención a lo que el otro va a hacer.
Bueno, luego de haber iniciado se trataría de mantener cuenta de todas las piezas que uno ha movido para no confundirlas con las del otro. De nuevo, hay aún más atención a los movimientos del otro y el esfuerzo de distinguir las piezas propias y las piezas contrincantes. Seguramente es posible terminar una partida —con bastante esfuerzo— y vencer el intento anti-guerra de Yoko. Pero probablemente en la mayoría de los casos las piezas se confundan y se vea lo absurdo que es jugar el juego monocromático. Sin embargo, el problema de metaforizar la futilidad de la guerra desde un principio de igualdad falla desde el inicio porque no hay igualdad ni en el ajedrez ni en la vida como la conocemos, mucho menos en las guerras. Me parece que el juego sirve más como un ejercicio empático para ver que el otro es igual a mí, y desde ahí establecer un principio de igualdad.
Ya dejando a un lado el discurso hippie, consideremos cómo sería nuestro mundo si todos se vieran a sí mismos en los demás. Este mundo idílico, donde todos pensamos en el otro antes que en nosotros mismos, está lejos de ser alcanzado. El mundo es mucho más complejo y las cosas no se solucionan dejando que un niño en el semáforo te limpie el parabrisas y retribuirle su apresurado trabajo con un par de lempiras. Pero un pequeño gesto de bondad tampoco es difícil para aquel que puede ejecutarlo. Claro, el país no se va a cambiar con pequeñas acciones solidarias, ni con masivas colectas para los damnificados por un desastre natural. Pero la solidaridad entre seres humanos es lo que deberíamos proponernos para alcanzar el principio de igualdad. Así como el juego de Yoko tiene un punto inicial empático, la solidaridad entre personas debería ser nuestro motor a ser una mejor persona hoy de la que fuimos ayer.
Ser una persona buena, o una mala es una cuestión complejísima que no se ha logrado determinar en toda la historia del pensamiento humano. Estoy seguro de que nunca llegaremos a una respuesta definitiva acerca de qué es ser una buena persona. ¿Redujiste tu huella de carbono? Genial. ¿Y ahora qué? Ser bueno no basta con tener un récord de acciones buenas. Muchas veces los motivos detrás de las acciones son egoístas y podríamos argumentar que la acción está ahora corrupta. Además, con la complejidad actual en este planeta, una buena acción sin retribuciones negativas es casi imposible. Al estar usando el aparato para escribir estas palabras seguramente me aprovecho del trabajo de unos niños en una fábrica china. El teléfono con el que ustedes estén leyendo esto va por la misma línea. ¿Esto nos baja puntos y nos hace peores personas? Ustedes decidirán qué respuesta le van a dar a esta pregunta.
He aquí el problema planteado en la obra de Yoko: ¿qué decisión vamos a tomar? ¿Vamos a decidir ser más empáticos y más solidarios con nuestros vecinos? ¿O vamos a buscar el jaque mate, aunque hacerlo implique quizá una de las tareas más difíciles y fútiles en la que nos empecinamos? Al final del día decidir ser una mejor persona, puede hacer un cambio. Un cambio pequeño, sí, pero un cambio que no va a pasar por desapercibido. Escribir esto me de risa, porque me recuerda a lo que me decían en mi colegio (cristiano), que ser cristiano y ser bueno iniciaba con la decisión de serlo. Ser cristiano y ser bueno es la única posibilidad de ser una persona buena. ¿Ateo pero bueno? Imposible. Pues si mi memoria no me falla, los cristianos de mis compañeros definitivamente no cumplirían con los requisitos de virtud y de bondad que exige el inseparable binomio cristiano-bueno.
La decisión, decidir quién inicia la partida desde ese principio de igualdad, es el motor detrás de nuestra vida. Todo ahora se reduce a una decisión. Yo decidí tomarme el tiempo de escribir todo esto. Cuál es el propósito, no estoy muy seguro. Pero es una decisión de la cual estoy seguro que no me arrepiento. Con que este mensaje tenga sentido —en el sinsentido de la cotidianidad hondureña— para una persona, y que esa persona tome la decisión de ser una mejor persona, basta para mí. Sé que quizá suene como pastor evangélico diciendo esto. Pero yo no les estoy garantizando la vida eterna en el paraíso si deciden ser mejores personas. En principio por que no sé con certeza que exista el cielo o que nuestras acciones tengan algo que ver con la selectividad de Dios. Limitémonos a lo terrenal: el gobierno ya nos la pone muy difícil para complicarnos aún más la vida entre nosotros mismos.
Esto no es cuestión de superioridad moral, no es cuestión tampoco de salvar el mundo y alcanzar el idílico plan de una sociedad perfecta. Basta con hacer más soportable nuestra breve existencia en este planeta.
Mejor ... imposible !! Me encanto tu artículo !! Gracias Mi Niño 👏🏻♥️