Generalmente cuando pensamos en política pensamos en las infames caras que de repente aparecen pegadas como papel tapiz por toda la ciudad. Pensamos en políticos y cuando pensamos en políticos pensamos en corrupción (por no decir que pensamos en criminales y robo). Quizá aquellos que han leído textos de ciencia política piensen en relaciones humanas, diplomáticas e incluso en conflictos por resolverse. Otros, más conservadores van a pensar en la administración de las cosas públicas. Pero lo que muy pocos piensan al escuchar «política» es violencia. ¿Por qué habrían de pensar en violencia? Si la violencia tiene que ver con los criminales y con los asesinos, ¿qué tiene que ver la violencia en la política?
Bueno, Max Weber en una conferencia de 1919 dijo esto acerca del Estado:
El Estado, como todas las asociaciones políticas que históricamente le han precedido, es una relación de dominación de hombres sobre hombres, que se sostiene por medio de la violencia legítima (es decir, de la que es vista como tal).
Además del sutil cuestionamiento de la legitimidad de la violencia que ejerce el Estado, Weber deja muy claro que el Estado es una asociación política violenta. Sin embargo, el contrato social permitió que esa violencia se legitimara no sólo en las instituciones policiales y militares, pero en la organización Estatal misma. Al entregarle toda nuestra fuerza y confianza a una institución policial, reconocemos y cedemos un derecho a la violencia para mantener una suerte de violencia nivel cero, pero la llamamos comúnmente paz y tranquilidad. En el fondo, la paz, la tranquilidad y el orden de la sociedad se dan porque los cuerpos policiales, violentamente, impiden que otros violentos irrumpan esa paz.
La genial y muy provocadora filósofa Hannah Arendt en su texto Sobre la violencia reflexiona sobre las relaciones que existen entre el poder y la violencia. Particularmente, sobre cómo la última aparece cuando el primero se empieza a perder.
El dominio por la pura violencia entra en juego allí donde se está perdiendo el poder.
Según Hannah, las estructuras de poder recurren a la violencia cuando la desobediencia civil surge como una forma de descontento en la población. Ustedes quizá conozcan esas formas de desobediencia civil personificadas en el Movimiento Estudiantil Universitario, o como las madres prefieren llamarlos: vagos y ñángaras. El año pasado hubo algunos que incluso se atrevieron a llamar a los profesores sindicalizados y al Colegio Médico de Honduras con estos mismos cariñosos y afectivos nombres. Lo que la gente no logra entender es que si la policía no le da un lugar a los manifestantes para protestar, éstos no se van a quedar callados y regresar a sus casas. Y cuando los manifestantes, con piedras y cocteles molotov, se enfrentan con la policía armada hasta los dientes, los manifestantes son vagos por exigir que uno de sus derechos civiles se les reconozca y garantice.
Me imagino que la mayoría de mis amigos de la universidad leyendo este pequeño ensayo han tenido la oportunidad de aspirar el humo de una bomba lacrimógena, pero para aquellos que no han tenido el placer les puedo decir una cosa: es como escuchar a Elton John por primera vez. La bomba lacrimógena es quizá una de las formas más efectivas de desarticular a una masiva ola de gente llena de ira e indignada. Pero también es la forma más cruel de dar la bienvenida a los estudiantes de la UNAH el primer día de clases.
Entonces, esta forma de violencia policial, sin contar lo que pasó el 24 de junio de 2019, deberían reflejar una cosa, y sólo una cosa, según Hannah Arendt: Juan Orlando está perdiendo el poder. Pero si eso es cierto, ¿por qué sigue en la presidencia? Es más, ¿por qué después de que su hermano fuera declarado culpable por narcotráfico sigue en el poder? Si la violencia contra sus disidentes no es más que una flagrante manera de decir «me ahogo» ¿por qué parece que cada día tiene más poder?
Arendt diría que no lo tiene, pues se ha mantenido en el poder por la violencia y eso ya no es poder, es violencia. En parte estoy de acuerdo con ella. Pero la verdad con la que todos, desafortunadamente, tenemos que vivir es que él sigue siendo nuestro presidente y sigue en una posición de poder que lo hace impune. Después de haber secuestrado los demás poderes del Estado y hacer todo lo que quiera como le plazca, tiene también el apoyo de nuestra Nueva Corona.
Después del golpe del 2009 hemos estado inmersos en una crisis política que no tiene luces de ser resuelta pronto, mucho menos de que el poder del Partido Nazional deje de ser el partido más fuerte (y a la vez el más débil) de Centroamérica. Lo que sí debería quedarnos claro cada vez que veamos una nube de humo —y que además de verla, podamos olerla— es que esa nube representa otro ladrillo que va conformando la prisión de un presidente que cada día tiene más canas, y más ganas de disfrutar su estado de impunidad.
La violencia y el poder
Me pareció interesante la parte donde mencionas que la desobediencia civil indica pérdida de poder del presidente y me surgieron algunas preguntas:
¿Qué diferencia el poder de la violencia? ¿Qué tipos de poder hay? ¿Existe uno que beneficie a todas las personas? ¿Cómo podríamos conseguirlo? ¿Sería lo opuesto a la violencia?
Creo que puede ser interesante discutirlo, ¿no te parece?
Que clara tu forma de expresarte, te haces entender muy bien.....te felicito, no es cualquiera, lo digo en serio e imparcialmente ...xoxo