¿Me voy o me quedo? La encrucijada del hondureño.
O cómo la clase política se ha dedicado a hacerle la vida imposible al pueblo.
Los narcos se alinean como astros en empresas y en partidos.
–La Vida Bohème, Você
En aras de las elecciones primarias este sábado catorce de marzo, me veo —como muchos me imagino también lo están— en una posición bastante incómoda. En primer lugar porque, como coloquialmente lo conocemos, estas elecciones son para «darse color», aunque este prejuicio puede —y probablemente esté— completamente errado. Por ejemplo, ir a votar por el partido Libertad y Refundación implica una posible persecusión política en el futuro para muchos jóvenes —particularmente activistas y dirigentes estudiantiles— que ven una esperanza en el partido que de cierto modo rompió con el bipartidismo, pero a la vez lo fortaleció (Quizá sobre este asunto de como Libre ha sido la ruptura bipartidista, pero a su vez su consolidación, sea digno de una entrada. Avísenme si les interesa saber por qué pienso así.). En segundo lugar, porque no sé qué hacer este domingo. No sé si quedarme en mi casa; no sé si ir a arriesgarme a un posible contagio para rayar el papelito donde otra vez sale Oswaldo Ramos Soto; no sé si darle mi voto a Carlos Reina, en la pequeña esperanza de que le haga frente al oficialismo del partido; no sé si darle mi voto a Luis, para que no quede Yani; simplemente, no sé qué hacer.
Pero en este caso quiero hablar sobre un problema ante el cual se enfrentan todas las clases sociales de Honduras. Desde el que menos riqueza tiene hasta el que ha acumulado suficiente para diez vidas después de la única que va a vivir. Este problema es la migración. Claro, la clase alta tiene la facilidad de tomar un avión, irse al país que pueda costearse y solicitar la naturalización legalmente. Pero está la clase media, la clase baja y la más baja aún, que se ven en la obligación de huir de sus hogares hacia el norte en busca de mejores oportunidades. Esta gente ya no migra legalmente —por más absurdo que sea hablar de la ilegalidad de un derecho humano— sino que se va por Guatemala y México con la esperanza de cruzar la última frontera y llegar a Estados Unidos, en busca del decrépito sueño américano.
Pero este no es sólo un problema de todas las clases, es también un problema transgeneracional. Históricamente se han destacado los hondureños en países europeos, sudamericanos y asiáticos. Sin embargo, no destacan aquí. Las oportunidades de maestría y doctorado son casi exclusivas para las clases medias y altas. Las clases más bajas huyen para buscar trabajo o solo para escapar de la violencia estatal y de la extorsión. Pero este problema de oportunidades se ha dado desde hace décadas. Generación tras generación se ha visto obligada a salir del país para «superarse» profesionalmente (de nuevo, casi exclusivamente las clases altas) porque en el país tampoco hay oportunidades académicas.
Es una pregunta común que se hace en todas las clases sociales: «¿Y pensás salir del país?» La respuesta casi nunca es negativa. Es casi una regla general que para poder salir adelante hay que salir de las honduras de Honduras. Y mucha gente ve como una solución a este problema el mismo acto de migrar y regresar al país para poder hacer las cosas de un modo diferente. Vaya chiste. Además del problema de que la educación que ellos pueden recibir en naciones muy distintas a la nuestra, es que aprenden a dirigirse a los problemas de una manera que no se adecúa y no corresponde a las necesidades y a la complejidad de nuestra condición como país.
Quiero aclarar que esta entrada no tiene como propósito ser nacionalista o patriótica, ni mucho menos. La preocupación que me surge es por las personas que acuerpan la masiva caravana que sale al menos una vez al año. Esta caravana no es una protesta en contra del gobierno corrupto que los ha mantenido en la pobreza y la violencia. Es una manifestación de la verdadera Honduras y el último recurso de muchos por salvarse y vivir plenamente. El gobierno de la patética excusa de presidente que tenemos se ha jactado de la increíble y enorme labor que han hecho por mejorar y cambiar el país para todos. A quién engañan con este viejo cuento, nadie lo sabe. Lo único que tenemos por seguro es que «mejor» sólo están los oligarcas y la clase política.
¿Y qué tienen que ver estas elecciones primarias con todo este problema transgeneracional que afecta a todas las clases sociales? Bueno, en primer lugar, tiene que ver con la satanización de la política. En Honduras, y seguramente en muchos más estados, se cree que la política es cosa de los políticos. Muchos jóvenes tienen la errada noción de que ser ápolítico es ser una buena persona en Honduras. Yo fui uno de estos ingenuos hace no mucho tiempo. Pero, por un lado, la gente tiende a confundir la política con los partidos políticos, y por otro, a los políticos con la actividad política misma. Y con actividad política no me refiero solo a ir a un centro de votación cada cuatro años a rayar el pedazo de papel donde otra vez sale Oswaldo Ramos Soto. Me refiero a todo el activismo político posible. Salir a una protesta social, llamar o escribir a los representantes de la cámara legislativa exigiendo que hagan su trabajo, ir a gritarle «ladrón» al cobarde que se esconde en su caravana de Toyotas Prado, exigir condiciones humanas en las escuelas y los hospitales, defender reservas de agua, proteger tierras indígenas, liderar a una pequeña comunidad para mejorarla. Todo esto es activismo político.
Lastimosamente, hemos visto que se asocia la corrupción con los políticos. Y, si se asocian a los políticos con la política, asociamos la política con la corrupción. Las asociamos hasta el punto que se vuelven todas lo mismo en nuestro imaginario hondureño. No es solo la nueva y más joven generación la que se desanima al momento de involucrarse en la política de su país. Ese rechazo viene de los mismos hogares, pues los adultos ya están cansados de ver a Oswaldo Ramos Soto en la planilla otra vez, mientras el joven solo repite lo que los adultos dicen. Con esta condena a la democracia, se ha vuelto cada vez más fácil manipular los resultados electorales, porque los que se indignan y hacen algo con su indignación son muy pocos. El fraude electoral es algo que se da por sentado y desalienta a ir a la escuelita a votar por cualquiera, excepto por Oswaldo Ramos Soto.
Ojo, no estoy diciendo que las elecciones sean la solución a todos nuestros problemas. Definitivamente nunca lo van a ser. Es la indiferencia política por parte de casi todas las personas en el país. Se limitan a hacer política los políticos y miren dónde estamos. Esta entrada no es otro spot trillado donde les digo «vayan a votar» o que «tu voto cuenta». No me quiero reducir a una frase liberal tan barata. Tampoco vengo a proponerles a que voten por Nélson Ávila porque sea el candidato más preparado de todos (la meritocracia es de los peores engaños de nuestros tiempos) o a implorarles que solo no voten por el Partido Nacional. Mucho menos vengo a defender el voto por el menor de los dos males, porque no es así de sencillo. El propósito de esta entrada es invitarles a reflexionar sobre el activismo político del país y el papel que ustedes pueden tener en el cambio que tanto anhelamos.
¿Me voy o no me voy? Es casi natural querer huir de todas las atrocidades que suceden día a día en este país. El querer irse no es lo preocupante, lo preocupante es aquellos que patrióticamente dicen —sin ningún remordimiento— que en Honduras el pobre es pobre porque quiere. Aquellos que dicen que se quedan porque aquí las oportunidades son iguales a las que hay en otros países y que no hay diferencia. Esta ceguera ante la realidad de nuestra condición es la que debería preocuparnos y alarmarnos. La ceguera de la indiferencia es la verdaderamente preocupante. Como José Saramago lo propuso en sus dos novelas Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez pueden servir como ejemplo. En un primer momento nos enfrentamos ante una de las peores la crisis humanitarias posibles. Si logramos salir ayudándonos los unos a los otros, ¿dejaremos de ser ciegos y lúcidamente ir todos a votar y dejar la papeleta en blanco? ¿Será posible poder unirnos en una alianza no-partidaria y hacer un cambio a través de la política? Llámenme ingenuo, pero todavía tengo la esperanza de que así sea.
¿Entonces qué? ¿Es mejor irse y no regresar? ¿O nos vamos para regresar y hacer las cosas de un modo distinto? Pues, no sé. Lo que sí he considerado es que tenemos que quitarnos esa errada noción de que la mejor educación posible para solucionar nuestros problemas está allá afuera. La solución a nuestra condición hondureña va a salir de un hondureño —o con más seguridad, de una hondureña— con pensamiento crítico, que conozca muy bien cuáles son los problemas y que pueda pensar desde las posibilidades de este pobre país para sacarnos de las honduras. ¿Está mal que busque una superación profesional en el extranjero? No, por supuesto que no. Lo que está mal es que crea dogmáticamente que las soluciones de otros países y sus políticas hay que copiarlas exactamente aquí y que eso va a hacerle bien al país.
En cuanto a estas próximas elecciones del catorce de marzo les puedo decir muy pocas cosas. Primero: no se necesita ser un abogado, ni mucho menos tener un título universitario, para ser un buen político. Los que más saben de ética son los peores. Segundo: si están decididos por un candidato y van a salir a votar, por favor no se limiten a sólo votar. Involúcrense en sus comunidades políticamente y no sean indiferentes, ayudémonos los unos a los otros. Si van a votar por el Partido Nacional o por Yani Rosenthal, pues no están en el lugar correcto. ¿Qué hacen leyendo esto? Tercero: ser anticorrupción no hace que el candidato sea bueno, ser anticorrupción es lo mínimo que deberíamos esperar de un candidato o un político. Tengan mucho cuidado con los populistas que se enorgullecen de ser anticorrupción y que basan toda su campaña en eso. Exigan propuestas, y más que propuestas acciones reales. Decir que no va a ser corrupto es decir nada. Cuarto: apoyen a quien apoyen, piénsenlo muy bien. Esta no es una decisión moral, tenemos que ser estratégicos con las elecciones. Y por favor, no voten por Oswaldo Ramos Soto.