Hace unas semanas, una compañera me preguntó que si yo creía que es posible alcanzar el comunismo o un anarquismo. Eso me hizo pensar en uno de los temas que se me ha hecho de los más interesantes en la filosofía política: las utopías.
A Eduardo Galeano le preguntaron en una ocasión «¿para qué sirven las utopías?». Su respuesta ha sido de las más claras y hermosas que he escuchado. Él decía que la utopía es como un horizonte, si yo me trato de acercar al horizonte, él se aleja. Si yo doy dos pasos, el horizonte se aleja dos pasos. Si doy doce, se aleja doce pasos más. ¿Para que sirve entonces? Sirve para eso: para caminar.
A la filosofía se le ha reprochado mucho de ser utópica, de querer (hacer) cosas que realmente son imposibles. El mismo Karl Marx dijo que lxs filósofxs se han ocupado de interpretar el mundo, pero la verdadera tarea que tenemos es transformarlo. Muy utópico… ¿Cómo es que alguien que pasa encerradx en la biblioteca, con las narices hundidas en libros, va a cambiar la realidad?
Regresando a Eduardo Galeano, en El libro de los abrazos escribe sobre esto mismo:
Leo un artículo de un escritor de teatro, Arkadi Rajkin, publicado en una revista de Moscú. El poder burocrático, dice el autor, hace que jamás se encuentren los actos, las palabras y los pensamientos: los actos quedan en el lugar de trabajo, las palabras en las reuniones y los pensamientos en la almohada.
Buena parte de la fuerza del Che Guevara, pienso, esa misteriosa energía que va mucho más allá de su muerte y de sus errores, viene de un hecho muy simple: él fue un raro tipo que decía lo que pensaba y hacía lo que decía.
(«Celebración de las bodas de la palabra y el acto», p. 165)
Uno de los reclamos más comunes al discutir sobre estos temas es la falta de coherencia entre nuestro discurso y nuestras acciones. El típico comentario de «comunista con iPhone» es un claro ejemplo de esa impresión de falta de coherencia. Y es que es muy raro, en efecto, encontrar a alguien con el valor de abandonar su cómodo estilo de vida por sus principios e ideales.
Caminar hacia la utopía no es un paseo que se disfruta. Caminar hacia la utopía implica luchas y riesgos que no todos estamos dispuestos a enfrentar. No basta con salir a las calles con piedras en la mano y enfrentarse a los toletes y las bombas lacrimógenas. Si atreverse a pensar es difícil, atreverse a decir lo que pensamos lo es aún más, no digamos hacer lo que decimos.
Los problemas han sido identificados y las vías de acción están ahí, claras. ¿Cómo le hacemos para seguirlas? Es muy difícil conciliar esa brecha entre el pensamiento y la acción. Eduardo Galeano parece sugerir que la mediadora es la palabra, pero en mi experiencia, también tenemos miedo de hablar.
Quizás atrevernos a hablar sea el primer paso para caminar con nuestra utopía. Atrevernos a discutir y a no estar de acuerdo, llegar a compromisos con aquella persona que se me presenta como fuerza contraria y opuesta. Muchas personas con las que me he cruzado en la universidad, personas realmente brillantes, tienen miedo de alzar la voz y participar en clases. Saben las respuestas a las preguntas y afuera del aula tienen reflexiones lúcidas y audaces, pero no las comparten en grupos grandes.
Este miedo a hablar —me parece— no es algo inusual, sobre todo en nuestras nuevas generaciones, lxs que vivimos en la sombra de nuestras ansiedades. Atreverse a pensar, a cuestionar nuestros fundamentos ideológicos no es fácil. Es mucho menos fácil expresar esas complejas reflexiones y denunciar las contradicciones en nuestro sentipensar. Pero si no lo hacemos ¿cómo vamos a movernos en cualquier dirección? Quedarnos estancados en un punto, con los brazos cruzados no es una opción.
Atrevernos a hablar puede ser una tarea difícil, pero es el primer paso que debemos dar para atrevernos a hacer. Nuestras acciones, si bien no corresponderán enteramente a nuestro discurso, sí serán acciones más conscientes. Cambiar el mundo no implica cambiar todo el sistema. En algunas entradas anteriores he hablado de ser una mejor persona de la que fuimos ayer. Esto también implica un pequeño acto revolucionario. Aprender de mis errores y seguir adelante. No dejar que la culpa y la vergüenza me dentengan. Caminar hacia el horizonte sin que me desaliente ver que se aleja cuando yo me acerque.
Persigamos utopías, atrevámonos a pensar en un mundo mejor que el que tenemos. Atrevámonos a no desanimarnos si vemos que la meta se aleja al caminar. Atrevámonos a hablar.